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domingo, 5 de diciembre de 2021

La Princesa Rusa

Dramaturgia de Juan Ignacio Fernández. Dirección de Julieta Abriola.






Domingos 20 hs en Teatro del Pueblo ( Lavalle 3636 )

Una dramaturgia cercana y elaborada de manera artesanal, llega de la mano de La Princesa Rusa, una historia que nos hablará de vínculos rotos, de recuerdos que permanecen en nuestra mente, de lo difícil que puede resultar encontrar un amor verdadero, de nuestros miedos, los deseos que abrazamos sin que puedan concretarse . Y abarcando todo aquello, como la escritura y la lectura muchas veces pueden resultar una terapia sanadora.






El relato de entrada nos propone emprender un viaje hacia una ciudad balnearia indeterminada, podría ser cualquiera de aquellas,  que en el verano se llenan de gente, pero que en el invierno queda solo con los habitantes locales, aquellos que disfrutan todo el año de la soledad de las playas y de un mar bravío, todo rodeado con ese ambiente de melancolía y encanto, que una ciudad costera puede ofrecernos fuera de temporada.

Siendo más precisos, las acciones se desarrollarán en un hostal que se encuentra frente a la playa, manejado hace años por María y que fuera de temporada suele ser refugio de escritores que buscan tranquilidad y la inspiración que brinda el mar, para poder escribir. Hace varios años, quien eligió ese lugar para inspirarse, fue una bella mujer que no hablaba castellano, dueña de un acento extranjero particular, piel bien blanca y una belleza perturbadora, a la que los lugareños bautizaron como la princesa rusa. Era reservada y no hablaba casi con nadie, solo escribía y caminaba por la playa en soledad . Su cuerpo emanaba una sensualidad y un erotismo natural, que provocaba que no pasara inadvertida.





Pero aquella época ya forma parte del pasado, pese a que el hostal y María siguen allí, en el mismo sitio, como si el tiempo nunca hubiera transcurrido. Pero, la soledad y habitual tranquilidad de aquel lugar, se vería afectada, ya que ese fin de semana, María cumplía años y desde Buenos Aires llegará su hijo Francisco, con su novia Paula y con Yamila, su media hermana. A ellos, más tarde se sumará Sarquis, un escritor maduro, uno de los tantos que eligió aquel lugar para estimular sus ganas de escribir y que en una de esas visitas entabló una relación más que amistosa con María. Resta mencionar a Ismael, amigo de Francisco de la infancia, pero que a diferencia de él, decidió quedarse allí y no sumarse a la ajetreada vida de Buenos Aires.

La reunión servirá como excusa, para desentrañar muchos recuerdos felices del pasado y otros no tanto, amores fallidos, deseos reprimidos y  la reflexión constante de porque la vida bifurcó algunos caminos y otros los mantuvo inalterables.  El recuerdo de la princesa rusa y su inquietante belleza, estará muy presente, pero no será ese el único tema. Aflorarán otros recuerdos  y también los miedos del presente, las frustraciones, y siempre como fuente de coincidencia el placer por la escritura y la lectura.  Hay una sensación, que el aire marino, funciona como una válvula de escape, para confesar deseos y pensamientos que lucían reprimidos, salgan a la luz.






El relato atrapa al espectador desde el arranque, por la poesía que rodea a la historia y por tener diálogos, que resultan cercanos y muy reconocibles para quien está en la platea. Historias mínimas que tocan temas que a todos nos atraviesan y con los que nos identificamos, siendo esta una de las principales razones, que explican la muy buena recepción que tiene la obra, por parte del público.

Pero como muchas veces decimos, podemos tener una gran idea, una dramaturgia bien elaborada, pero si luego no encontramos los intérpretes adecuados, que puedan llevarla adelante, el proyecto puede quedar a mitad de camino o en los casos extremos hasta naufragar. Aclaremos rápido que en este caso,  ocurre todo o contrario, ya que se logró reunir un muy buen elenco, que se muestra comprometido con la filosofía que presenta la obra, logrando potenciar el texto con actuaciones muy destacadas y componiendo personajes muy bien caracterizados. Son seis, los actores en escena y la calidad de sus actuaciones, amerita que les dediquemos algunas palabras.






En actuaciones muy parejas por lo buenas, a nuestro humilde entender, hay dos trabajos que se destacan sobre el resto y son dos actuaciones femeninas. Nos referimos a Carolina Tejada, como María la dueña del hostal y a Agustina Sconochini, como Yamila, la media hermana de Francisco que está de visita en la costa. Carolina compone a una María sensible y llana. Contenta de haberse optado por una vida en una ciudad tranquila y en contacto con el mar.  Se aflige mucho, por el vínculo fallido que tiene con su hijo y con esa soledad que muchas veces en vez de ser algo favorable, se convierte en una pena, que cada tanto la embarga. Superlativo trabajo, el de Carolina.

Y en el mismo nivel de destaque, debemos mencionar a Agustina, componiendo a una joven verborrágica, que cuando se larga a hablar, no la pueden parar. Inquieta y llena de miedos, es una lectora empedernida, pero no se anima aún a escribir. Delicioso su personaje, que por algunas características, hace recordar a aquella princesa rusa. Nos encantó la interpretación de Agustina, dando vida a un persona adorable. 






Completa el elenco femenino, Tamara Belenky, como Clara la novia de Francisco, que visita por primera vez el hostal y aquella ciudad balnearia, teniendo una conexión inmediata con el lugar y sus habitantes. Será el miedo a afrontar sus compromisos en la ciudad, lo que provoca que se sienta tan a gusto allí y hasta le den ganas quedarse ???  Es algo que el espectador deberá develar. Muy bueno el aporte de Tamara.

Yendo a los personajes masculinos, destacamos especialmente el trabajo de Jesús Catalino, como Ismael, un joven bastante reservado, al que también le gusta mucho escribir. Él, no emigró a Buenos Aires y está orgulloso de haber conseguido su primer empleo como sereno. Es un personaje con muchos matices, el que compone Jesús, a quien elogiamos recientemente por su trabajo en Bailan las Almas en Llanta y acá vuelve a lucirse en un papel totalmente diferente.

Julián Marcove es Francisco, hosco y malhumorado, no se lo nota contento de estar allí y lo manifiesta a cada rato. No tiene una buena relación con su madre y no hace nada por mejorarlo. Un personaje áspero el de Julián, que contrasta muy bien con el resto. Cierra el elenco Aldo Alessandrini, como Sarquis, que realiza un precisa composición de un escritor maduro, que tampoco se siente a gusto de haber vuelto.






Como mencionamos antes, son seis los actores en escena y todos logran destacarse, no hay dudas que se sienten cómodos con el tono de la propuesta y aquí sin dudas, hay mérito también de Julieta Abriola, la directora de la obra, que les brinda terreno fértil y el tiempo necesario, para que puedan lucirse. La trama resulta muy dinámica, con los personajes entrado y saliendo a escena de manera constante y por diferentes lugares, jugando hábilmente con el espacio escénico y ampliando los límites del mismo.

Volviendo a la puesta, hay varios elementos para destacar, arrancando por el excelente diseño escenográfico de Valentina Remenik, con el hostal y su piso de manera dominando el escenario. El diseño lumínico de Leandro Cocco, crea muy buenos climas, al igual que la música original de Maxi Rodas. Todos los ítems de la puesta, colaboran para sumarle belleza y calidez a la historia.






En definitiva, nos enganchamos de entrada con el viaje que nos propone el texto, que nos permite descubrir a estos entrañables personajes, que incentivados por la arena y el aire de mar, se atreven a mirar hacia su interior, para abrir el corazón y soltar esos deseos profundos que tienen y no se animan a cumplir. Recuerdos del pasado y frustraciones presentes, se harán presente en un fin de semana especial, donde las confesiones, estarán a la orden del día

Disfrutamos de una hermosa noche de teatro viendo La Princesa Rusa, con una dramaturgia delicada y fina, que seduce y resulta cercana. Hay una puesta bella, plena de poesía y deliciosas actuaciones, que se unen para alegría del público que colmó la sala del Teatro del Pueblo y despide a los protagonistas al final de la función, con un aplauso prolongado, que retumba en el aire, al mismo tiempo que una bella joven de tez blanca, está sentada en una reposera escribiendo plácidamente, mientras de fondo se escuchan la olas rompiendo en la orilla.



Pensador Teatral.


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