Sábados 21 hs y Domingos 19 hs en Paternal Teatro ( Nicolás Repetto 1556 )
Una propuesta entrañable la que llega con Tweed, una obra que emociona y llega al corazón del espectador, por la potencia de su texto y las exquisitas actuaciones que nos regala.
Al llegar al Paternal Teatro, ya intuimos que no sería una noche más de teatro, el recibimiento es con una taza de té, ideal para este frío invierno porteño y una calidez que nos hace sentir como en casa. Es que precisamente el Paternal teatro, está situado en la parte trasera de la casa de Héctor Bidonde, actor de enorme trayectoria, director, docente y un verdadero representante de nuestra cultura, tanto que en el 2016 fue declarado como Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires, por la Legislatura Porteña.
La mención, es un justo reconocimiento, luego de seis década de intensa actividad artística, ya que Cacho Bidonde, ha actuado en decenas de películas, en éxitos televisivos, en radio y obviamente en teatro, su gran amor, junto con la política ( fue elegido como legislador porteño por la izquierda en el 2003, siendo un ejemplo de honestidad )
Volviendo al Paternal Teatro, contemos que Bidonde a fines de los año noventa, trás su éxito con Gasoleros y Hombre de Mar, pudo comprar un enorme galpón, que refaccionó para convertirlo en su casa y en su teatro, debiendo luchar contra viento y marea,para mantenerlo en pie y tras algunos años de permanecer cerrado, lo revitaliza ahora con una obra de enorme calidad artística como Tweed, que lo tiene como gran protagonista,
La sala de modificó y acondicionó de manera especial para montar esta pieza, bajando el escenario, para recrear ese viejo y oscuro sótano del Barrio de Once, en el que Abraham, el viejo schneider, sigue ejerciendo su oficio de sastre. El mismo que abrazó cuando llegó desde su Polonia natal, para forjarse un destino, como hicieron tantos inmigrantes.
Al llegar a Buenos Aires, tuvo que adaptarse a su nueva tierra y adoptar las costumbres locales, pocos lo conocían por Abraham, era el Rusito del Once, para todos. Y allí en ese sótano, aislado del mundo, prácticamente vivió toda su vida, rodeado de su vieja máquina de coser, los botones, hilos y esas telas elegantes, como el tweed, bella pero áspera. buena analogía con la personalidad de nuestro amigo sastre,
Abraham era un sastre popular, consagró su vida al trabajo, tuvo tiempo eso sí para conocer a su esposa, con la que tuvo una hija, a la que llamaron Ruth, Pero la vida no le sonrió al schneider, se pasaba laa horas encerrado en ese sótano, trabajando sin parar, estando ausente de la vida familiar. Tanto que una noche, su mujer sin anunciarlo, decidió irse de la casa, lo abandonó a el y a su hija.
No fue fácil seguir adelante para el sastre, pero redobló sus horas de trabajo, debía criar a su hija y necesitaba dinero para pagar sus estudios, pero una vez más su personalidad cerrada y poco afectuosa, le jugó en contra y provocó que su hija en cuanto pudiera, también se fuera de esa casa, dejándolo solo. Una vez más era abandonado.
El tiempo pareció detenerse, este nuevo golpe fue muy grande para Abraham, que se recluyó en ese sótano, que era su mundo, entre hilos y maniquís, se aferró a ese universo, donde solo tenía espacio para el trabajo.
Pero una tarde que parecía como cualquier otra, su hija Ruth, volvió, habían pasado treinta años, de la última vez que se habían visto y bajó por esa escalera, viendo como el lugar, lucía casi igual, que cuando se había ido, el tiempo parecía no haber transcurrido.
Y en ese reencuentro se asomará el profundo drama, una historia de desamores, de relaciones quebradas, diálogos entre sordos, heridas que no cicatrizaron, ese orgullo que impide el acercamiento y la distancia entre se padre y esa hija, que parece infinita. Son exponentes de dos generaciones muy distintas, con lenguajes propios, parecen no escucharse, ni entenderse.
Los recuerdos y los rencores del pasado cubren el aire de la vieja sastrería, los diálogos entre padre e hija, son ácidos, cargados de ironía y de dolor acumulado. Se lastiman con las palabras. Y hasta contaremos, dejaremos que el espectador cuando vea la obra, descubra si finalmente la coraza que los recubre a ambos, cederá y después de tantos años sin verse, llegará el esperado abrazo entre esas dos almas sufrientes, que están solas en el mundo.
Es momento de hablar de las actuaciones, que decir del trabajo de Bidonde, fantástico por donde se lo mire, sus palabras, sus silencios, su andar lento y su oficio, fluyen de manera soñada en el escenario. Una verdadera clase magistral de teatro la que nos brinda Héctor, se lo nota comprometido e identificado con la obra, resultando un privilegio, verlo en escena.
Lo acompaña en gran forma Silvia Kauderer, como su hija Ruth, no es tarea fácil entrar en acción, con un personaje tan fuerte como el de Bidonde, que podría eclipsarla, pero Silvia muestra una gran personalidad, con su dolor a cuestas, tratando de descubrir los motivos por los que volvió a esa sastrería, redondeando interpretación soberbia y muy emotiva.
Impecable el intercambio escénico entre Héctor y Silvia, un excelso duelo teatral, que conmueve al espectador. Ambos con una entrega absoluta y la carga emotiva que le imprimen a sus personajes.
Es el momento de resaltar la gran puesta que logra Fernando Alegre, íntima, logrando comunión, entre los actores y el público, que se sientes cercanos, dentro de ese sótano, que tantas historia acumula. Se consigue esa atmósfera melancólica que pide el libro. Hay un estupendo diseño escenográfico, recreando el local donde vive Abraham, rodeado de estantes y cajas con fotos, que se acumulan, recuerdos que pugnan por salir al exterior. Estupendo el diseño lumínico, que juega con la oscuridad y la música original de Emilio Kauderer como fondo ideal, todos ingredientes, que contribuyen a esa puesta íntima y lúgubre que encajan perfectamente con el relato.
No queda mucho más por decir, la obra atrapará desde el inicio al espectador, que sienta cercana a la historia, se identifica con ella. Se emocionará reflexionando sobre como muchas veces, por no dar el primer paso o por la imposibilidad de manifestar nuestros sentimientos, se pueden malograr relaciones y cuando nos damos cuenta de ello, ya es demasiado tarde.
Recomendamos especialmente Tweed, una dramaturgia muy bien construida, actuaciones fantásticas y una puesta íntima, confluyen para regalarnos un momento teatral de enorme valía, Al final de la función, el aplauso sentido y emocionado de los espectadores, cubrirán a los protagonistas, que antes de despedirse, invitarán generosamente al público a debatir, sobre lo visto, logrando un intercambio enriquecedor..
Como señalamos al comienzo, no fue una noche más, vivimos una velada plena de emociones, disfrutando de esta verdadera joyita de nuestro teatro independiente, que ningún amante del buen teatro, debe perderse.
Pensador Teatral.