Viernes y Sábados 21 hs en Teatro Empire ( Hipolito Yrigoyen 1934 )
No es habitual ver piezas de autores brasileños en la cartelera porteña, por eso celebramos la idea de Carlos Mathus y Antonio Leiva, en traer a la cartelera porteña, Navaja en la Carne, obra escrita en 1967, estrenada en Sao Paulo y prohibida por la dictadura de su país, por trece años.
Luego del levantamiento de la censura, la obra fue representada con gran suceso, no solo en el teatro, sino también en el cine. Marcos en muchos de sus trabajos se caracterizó por mostrar las miserias humanas de la sociedad, dando visibilidad a los sectores marginales de la sociedad, explorando sus sentimientos y motivaciones.
La historia que nos convoca, tiene una crudeza y una carga de violencia que interpela al espectador, que se vé transportando a un mundo marginal que abruma y del que de ninguna manera puede quedar indiferente.
Las acciones se desarrollan, en una sucia y pequeña habitación, en la que conviven Araceli ( Sandra Villarruel ) una experimentada y sufrida prostituta, con Osmar ( Juan Pablo Rebuffi ), su desalmado proxeneta. La convivencia es caótica, predominan las agresiones físicas y verbales entre ellos, siendo difícil de comprender, las razones por la que siguen viviendo juntos.
El panorama ya habitualmente oscuro, se agravará, con la desaparición de un dinero que Osmar, tenía en su mesa de luz. Mientras Osmar dormía, Masita ( Oscar Giménez ), un homosexual que se encarga de tareas de limpieza en la pensión, ingresó al cuarto, para hacer tareas de limpieza, pero al encontrar el dinero al alcance de la mano, no dudo en robarlo.
Cuando Osmar despierta, buscará con desesperación el dinero por todo el cuarto, pero al no encontrarlo, apuntará contra Araceli, acusándola de no haberle dado el dinero, que recaudó la noche anterior. El reclamo no es nada amigable e incluye insultos y maltratos varios, contra una mujer, tristemente acostumbrada a la violencia que ejercen sobre ella. Araceli declarará su inocencia y acusará a Masita, quien sera llamada al cuarto para aclarar la situación y hasta allí contaremos. Cuando vean la obra, descubrirán si el misterio se aclara, si Masita confiesa su delito o finalmente Araceli pagará los platos rotos.
El texto como dijimos es muy duro, con una crudeza y una sordidez, que consiguen perturbar al espectador, que sigue las acciones, acompañando la angustia, que sienten los protagonistas. Hubo una muy buena elección del director, en la elección de los actores que serán parte del triángulo marginal que se conforma en la pieza.
Arranquemos por Sandra Villarruel, vedette y sex simbol de los años ochenta, muy recordada por la platea masculina, por su participación, en el mítico ciclo televisivo Las Gatitas de Porcel, programa que batíó records de audiencia y marcó todo una época. Sandra pone aquí, todo su oficio y experiencia, al servicio de la obra, interpretando a una sufrida y cansada prostituta, que lleva una vida realmente desgraciada, soportando humillaciones de todo tipo. Una estupenda actuación de Sandra, que realiza una soberbia composición del personaje, entregándose por completo, en un papel muy exigente. Para nosotros, la gran figura de la noche.
Juan Pablo Rebuffi, no se queda atrás, interpreta a Osmar, un proxeneta o cafiolo, como prefieran llamarlo, violento y soberbio, mostrará su carácter autoritario y un machismo a flor de piel. Es la primera vez que vemos en escena a Juan Pablo y quedamos gratamente sorprendidos con su performance. Con gran presencia escénica y un porte que impresiona, se lo nota muy cómodo en el papel, no sintiendo la presión del protagónico
Al trío es completado con Oscar Giménez, un actor muy talentoso, a quien elogiamos mucho el año pasado por su unipersonal Madre Amadísima, donde tiene las chances de mostrar sus enormes condiciones actorales. Aquí desde un personaje secundario, sabe aprovechar mu bien, sus minutos en escena, aportando algunos momentos divertidos, que resultan valiosos, para descontracturar este profundo drama. Nos hubiera gustado ver más tiempo en escena a Oscar, ya que conocemos sus condiciones.
Hay una muy lograda adaptación de Carlos Mathus que con algunos detalles, sabe aggiornar el texto a estos tiempos. A su vez, la puesta que presenta el director es íntima, la cercanía del público con los actores es un plus que la obra entrega y convierte al espectador en un testigo privilegiado, de lo que ocurre en esa sombría habitación. Quien conoce la amplitud de la sala del Empire y se pregunta como se logra esta intimidad, descubrirá la forma, cuando vea la obra, nosotros no queremos anticiparlo, para mantener la misma sorpresa, que tuvimos nosotros.
Hay un diseño escenográfico para destacar de Zacarias Gianni, recreando un cuarto de pensión, donde predominan los colores negro y blanco, combinando con la vida oscura de quienes la habitan. Otro ítem a destacar es el diseño lumínico de Lautaro Romano, a tono con la trama.
En definitiva, estamos en presencia de una propuesta muy interesante, una obra fuerte y descarnada, que muestra las miserias y la violencia en la que viven ciertas personas, que conviven con la marginalidad, sin recibir la ayuda de terceros. Además hay que resaltar, que aunque la obra se haya escrito hace cincuenta años, tiene una vigencia que abruma, ya que temas como la violencia de género y el maltrato a la mujer, en estos momentos son temas muy visibles en la sociedad.
Recomendamos Navaja en la Carne, se encontrarán con una trama sórdida y un trío protagónico que se entrega por completo, ofreciendo literalmente su cuerpo, para dar testimonio de un mundo marginal, que aunque muchas veces quiere ignorarse, es más común de lo que pensamos y por eso es valioso que el teatro le dé visibilidad a temáticas, que habitualmente prefieren esconderse bajo la alfombra.
Pensador Teatral.