Dramaturgia y Dirección de Anahí Ribeiro.
La notable pluma de esta talentosa autora, nos traslada a la Alemania del 1800, a la casona de los Nach, allí vive Bruno ( Daniel Begino ) , un poeta que sufre de ceguera progresiva y está recluido en el sótano de ese caserón, se encuentra deprimido y abandonado. Quien lo cuida, es su hermana Odell ( Silvina Katz ) , que con un matrimonio fallido y un hijo que prefiere vivir con su tía, prácticamente consagra su vida al cuidado de su hermano, en una relación bastante patológica, donde la sobreprotección y la manipulación son una constante.
La vida en esa casa, tiene una tortuosa rutina, pero rutina al fin, que será sacudida con la llegada de la misteriosa Ilse ( Heidi Fauth ), institutriz que viene de cuidar a unos niños muy traviesos y que ahora acepta el poco grato trabajo de ser asistente, de ese poeta enfermo y en apariencia bastante loco.
La relación entre Bruno e Ilse no arranca de la mejor manera, el trato que le brinda Bruno no es nada amable. Mal aseado e impertinente, parece cansará muy pronto a la nueva asistente, que al principio acepta a desgano las órdenes, pero con el correr del tiempo, le irá tomando la vuelta a su función de asistente y principalmente a ese hombre, que parecía apático e indomable, pero culto y con cierto atractivo, que misteriosamente desde su llegada, pareciera ir saliendo del pozo en que se encontraba hace tiempo.
El vínculo entre ambos, parece estrecharse por alguna misteriosa conexión que indudablemente se establece entre estos dos seres, solitarios y sufridos. Claro que Odell, alerta a los cambios de su hermano y al acercamiento de Ilse, mirará con mucho recelo la situación. ella es la que decide sobre la vida de su hermano, creando una dependencia casi total y no dejará que una recién llegada, puede quitarle su lugar.
La obra tiene mucho suspenso, por lo que no vamos a adelantar mucho más, solo decir que la trama pondrá la lupa, en la realidad de estos seres, que en vez de vivir disfrutando la vida, por el contrario sobreviven, hacen lo que les permite sus miedos, están atados a ellos, resignados a transcurrir una vida de sufrimientos y privaciones, donde sus deseos siempre quedan postergados.
Pero a veces, las tinieblas se abren, las almas solitarias se encuentran y los deseos reprimidos, pueden salir a la luz, apareciendo en primer lugar una discreta atracción, que puede dar lugar al enamoramiento primero y a la pasión después. La obra perturba por la opresión que viven esos personajes frágiles, oscuros y apagados, pero adelantamos que aunque sea momentánea, la luz llegará y lo hará con una carga de sexualidad y de erotismo poco común en nuestro teatro independiente, pero logrado de manera estupenda por un libro que lentamente creará el clima y las condiciones, para que llegue el climax, que esperan los protagonistas necesitados de amor y el espectador que sigue con mucha atención y tensión las acciones.-
Hablando de las actuaciones, digamos ya que La Fragilidad del Cielo, presenta tres interpretaciones magníficas, se sacan chispas, para ver cual de ellas, es la más destacada y es casi imposible determinarlo, porque los tres protagonistas, componen de manera estupenda sus personajes, con un talento y una entrega que hay que resaltar.
Daniel Begino, es ese Bruno vulnerable y desamparado, abandonado a sus suerte, sin ganas de vivir, con muchas cicatrices en su pasado, que empieza a encontrar un sentido a su vida, con la llegada de Ilse. Un trabajo enorme el de Daniel, componiendo un personaje que reemplaza su casi nula visión, con un sentido del olfato y de la audición muy desarrollados, resultando atractivo para su cuidadora.
Silvina Katz, compone en forma estupenda a la sufrida Odell, presa de sus desgracias y de un pasado que la abruma, sabe que su misión en la vida, es el cuidado de su hermano, sabiendo que si lo pierde, se le desmorona todo. Es tan buena su composición, que cuesta reconocerla hasta físicamente en este papel. Una actriz versátil, a la que el año pasado, vimos en Clarividentes, Una Gota de Agua y Camino de Hórmigas y que aquí nos sorprenden con una interpretación magnífica.
Y dejamos para el final a Heidi Fauth, que brilla en escena. Una actriz que nos encanta, dueña de una belleza y un magnetismo particular, el año pasado la vimos en Todas las Rayuelas y en Presidio, pero aquí al igual que Silvina, nos deja con la boca abierta, con su gran faena. Ilse es una mujer misteriosa, cerrada en si misma, que poca revela de su pasado y que ni siquiera se permite desear algo. Heidi dota a su personaje de una sensibilidad extrema y con un atractivo oculto, logrando de manera asombrosa, pasar de ser esa asistente sumisa y poco llamativa, a esa mujer sensual, que de una vez por todas, se permitirá cumplir sus deseos.
Párrafo aparte, su profesionalismo y seguridad en si misma, para jugar con Daniel, una escena de alto voltaje erótico, muy lograda y nada forzada, absolutamente justa, para un texto que vino preparando el momento en forma paciente.
Fantástica labor la de Heidi, que debemos aplaudir.
Sin dudas tres actuaciones estupendas, de actores absolutamente entregados a los que les pide la directora y mostrando además del compromiso con la historia, una química entre ellos, indispensable para las exigencias de la obra.
La puesta es tan lograda, que consigue que el espectador viaje a ese mundo que propone la autora. La sala del Teatro del Pueblo donde se desarrolla la pieza, parece creada especialmente, el espectador para acceder a la sala, debe bajar una empinada escalera, para llegar a un subsuelo, que tantas semejanzas tiene con ese sótano, en el que habita Bruno.
El excelente diseño lumínico de Akira Patiño, tiene una importancia capital, generando una atmósfera de asfixiante oscuridad y penumbra que acompaña todo el desarrollo de la trama, creando los climas que pide la pieza. El espectador siente estar, en ese sótano oscuro en el que están recluidos los protagonistas, con una cercanía que se disfruta muchísimo, ya que permite seguir cada gesto, cada mirada y hasta la respiración de los actores, en esta sala particular, que además de su subterraneidad, se caracteriza por tener tres frentes de visión, debido a la disposición de las sillas.
Otro ítem a destacar, es el vestuario de Brenda Opoka que nos lleva a la antigua Alemania y el diseño escenográfico, con esos libros tirados en el piso, que rodean a esa colchón viejo, con sábanas sucias, que resultará el hogar del poeta y también el lugar donde se desatará la pasión.
En conclusión, La Fragilidad del Cielo, es una de sus obras que todo amante del teatro independiente debe ver, ya que combina, un guión muy atractivo de Anahí Ribeiro, que combina vínculos familiares enfermos, miedos, sufrimientos, fantasmas y erotismo, en una puesta jugada e íntima que cuida todos los detalles y ofrece actuaciones superlativas.
La pieza transita su tercera temporada en cartel y teniendo en cuenta los aplausos que al final de la función, le brinda el público que colmó la sala, conmovido por lo que acabó de presenciar y no caben dudas, que es una obra que tiene todavía mucho por recorrer.
Teatro independiente de calidad, que recomendamos.
Pensador Teatral.
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