Obra escrita y dirigida por Jorge Luis Dreschler.
Teníamos muchas expectativas en ver esta pieza, opera prima de Dreschler, que explorando en el mundo del fútbol y su lenguaje, se encontró con la historia del polémico arbitro Fabián Madorrán, que tuvo una carrera meteórica dentro del arbitraje, llegando a ser reconocido juez internacional, muchas veces polémico para los medios y que tuvo un final abrupto, cuando luego de una muy mala actuación, en un partido decisivo, es expulsado del arbitraje y poco tiempo después, cae en un estado depresivo y decide terminar con su vida.
Hasta ahí un breve resumen de la vida de Madorrán a modo introductorio, pero vayamos ya a la obra. La historia se inicia con un televisor que nos muestras las imágenes de un partido definitorio, un gol anulado y el relato que denuncia, que el gol era válido y que debió ser convalidado, pero no lo fue por un error arbitral.
El juez de ese encuentro fue precisamente Fabián Madorràn y sin saberlo, esté partido cambiaría su destino para siempre, no sólo porque sería obligado a dejar el referato, sino que también terminaría con su vida.
La obra, es un excelente muestrario del mundo futbolero, desde un punto de vista muy particular, como el del árbitro, desde su mirada, podemos ver la pasión del hincha, el mundo de los vestuarios, los operativos policiales, los cracks que muestran sus destrezas dentro del campo de juego y en todo momento aparece la pasión como protagonista de este deporte.
El autor logra un texto sensible y con un grado descriptivo minucioso, donde aquel espectador que gusta del fútbol disfrutará muchísimo, ya que tiene numerosos guiños que sabrá reconocer.
La muy buena dinámica que tiene este unipersonal, se apoya en la fantástica composición del personaje, que realiza Ramiro Aguayo, como Fabián Madorrán. Impresiona verlo con su prolija vestimenta, su silbato y sus tarjetas.
A lo largo de la trama, Ramiro se transforma en Madorrán de manera admirable y se encarga de mostrar su apego a las leyes de juego, su amor por la profesión y su obsesión por el cumplimiento del reglamento. También se pone de manifiesto cierta soberbia, que hacía que se considerara a si mismo como el mejor en la profesión y como trabajaba a diario para serlo.
La puesta es muy efectiva, el protagonista se mueve en cuadrado bien delimitado, por unas luces de LED verde, dentro del mismo, el juez se detiene a pensar y ejerce su profesión, corriendo, tocando el silbato y sacando tarjetas a los imaginarios jugadores.
La escenografía es despojada y el juez está solo, apenas lo acompaña un banquito y un televisor, esta imágen de soledad del referí, es una matáfora perfecta de lo que ocurre en la realidad, donde el juez siempre está en inferioridad, solo con su terna contra todo el resto.
Muy bueno también el diseño lumínico de Santiago Lozano, que con los distintos momentos de luz y oscuridad, logra separar los actos y crear los climas que pide la pieza.
En definitiva, una propuesta original y muy bien plasmada, la que nos propone el autor, mostrando un maridaje perfecto entre fútbol y teatro, con una actuación extraordinaria de Ramiro Aguayo, que con su sentida interpretación, le brinda un merecidas respetuoso reconocimiento a un árbitro, que no tuvo un trato demasiado benévolo de parte de los medios de comunicación, ni tampoco x el mundillo futbolístico, que nunca toleró algunos aspectos de su vida privada.
Recomendamos esta obra, para el público en general, pero en el caso que el espectador guste del futbol, disfrutarán en especial de esta pieza y en ese caso, consideramos que es de visión obligatoria, ya que retrata de manera admirable, la pasión del aficionado argentino por el fútbol y el amor de un árbitro por su profesión.
Pensador Teatral.
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