Viernes 21 hs en Abasto Social Club ( Yatay 666 )
Dramaturgia y Dirección de Juan Mako.
El teatro independiente entre muchas de sus virtudes, tiene la de presentar una variedad de temas inagotable, en este caso, la obra escrita y dirigida por Juan Mako, Licenciado en Dirección Escénica en la UNA, nos acerca al recuerdo de la trágica desaparición del pueblo de Epecuén.
Su historia genera una atracción y un magnetismo que se explica por la singularidad de lo acontecido. Para aquellos que no recuerdan, contemos brevemente que Villa Epecuén, era un pueblo turísitico, fundando en 1921 a orillas del lago Epecuén ( uno de los 6 lagos que componen el sistema de lagunas encadenadas del oeste ), que gracias a las propiedades curativas de sus aguas, se había convertido en uno de los balnearios preferidos de la aristocracia bonaerense.
En su época de esplendor, allá por la década del 70, la villa llegó a recibir más de 25.000 turistas cada verano, además de ser centro de inversiones hoteleras y comerciales. Era una localidad en auge y su futuro parecía promisorio, pero ese crecimiento desmedido y mal planificado, iba a terminar siendo el comienzo del fin.
En Noviembre de 1985, una inundación provocada por copiosas precipitaciones, que hicieron crecer el nivel de las aguas del lago, sumado a una sudestada y a la falta de obras, entre otros factores, confluyeron, para que el terraplén, que contenía las aguas del lago cediera y el pueblo comenzara a inundarse, a razón de un centímetro por hora y en dos semanas, luego de una inexorable agonía, los 1.500 habitantes debieron abandonar sus casas, en una mudanza dolorosa y forzada, convirtiendo a su ciudad, en un un pueblo fantasma, ya que Epecuén permaneció más de 20 años bajo las aguas y solo después de muchos años, cuando finalmente las aguas bajaron su nivel, quedaron al descubierto la ruinas de un pueblo, que quedó destruido por la salinidad de las aguas.
Se hizo algo larga la introducción, pero como advertimos la historia tiene un magnetismo muy particular, pensamos que era enriquecedor, para el lector, recordar un poco lo sucedido, con el pueblo y con los habitantes, que debieron emigrar.
Digamos por último, que el destino de la mayoría de sus habitantes, fue Carhue, ciudad situada a 7 kilometros y en la que justamente nació el abuelo del autor de la obra. Sin duda los recuerdos y anécdotas familiares, obraron como disparador para que Juan, tuviera la magnífica idea, de construir un relato ficcional, basado en aquella tragedia, que provocó que mucha gente muriera de tristeza, por el desarraigo y por ver como muchos de sus sueños, desaparecían bajo el agua.
En Las Encadenadas, las acciones de desarrollan en el cementerio municipal de Carhue, donde dos mujeres, trabajan de manera rutinaria y asfixiante, cremando cuerpos en un horno que no funciona de la mejor manera, como pueden imaginar un trabajo nada agradable.
Una noche de tormenta, en la que Esther ( Cecile Caillon ) a cargo del horno y Graciela ( Mónica Driollet ), encargada de las tareas administrativas, querían terminar ya la larga jornada laboral para irse casa, ven interrumpida sus charlas habituales, por un sorpresivo llamado de Arizmendi ( Claudio Depirro ), el jefe de ambas, que les avisa que pasará por el cementerio, para comunicarle algo importante a Esther, ella debía esperarlo sola.
La llamada de Arizmendi a esas horas no era habitual, se lo escuchaba raro en el teléfono y mucho menos común era la anunciada visita, pero hasta allí contaremos, el espectador cuando vea la obra, descubrirá cuales son las misteriosas razones que tiene el jefe, para querer ir en plena noche de lluvia al cementerio. Solo adelantaremos, que a partir de su visita, la pieza dará un giro brusco y se formará una atmósfera de tensión y suspenso muy logrado.
La obra que tiene un innegable carácter documental, ya el autor luego de hacer un muy buen trabajo de investigación, consigue incorporar a la trama, numerosas referencias geográficas e históricas, que le otorgan mucha potencia al relato, que además de contar con una dramaturgia bien construida, se sostiene por las excelentes interpretaciones, de los protagonistas, que componen sus personajes con rasgos bien marcados.
Arranquemos por Cecile Caillon, ella es Esther, una mujer temperamental y algo ruda, que vivió en Epecuén en aquellos momentos finales y aún hoy, pasados 30 años de la tragedia, lleva muy presentes los recuerdos suyos y de su familia en aquellas jornadas tan dolorosas. Gran trabajo de Cecile, con mucha presencia escénica.
Su compañera de trabajo y amiga, es Graciela ( Mónica Driollet ), parlanchina y más dada, no vivió en Epecuén y tiene un pecado, grave e imperdonable, a los ojos de Esther, tener una amiga de Guaminí, la ciudad a la que muchos habitantes de Epecuen, culpan de la inundación.
Nos gustó mucho la composición de Graciela, realmente muy lograda, hay que verla.
Admirable como se complementan las dos actrices, con personajes con características muy opuestas, que pese a sus diferencias, son muy buenas amigas.
El triángulo, se completa con el misterioso Arizmendi ( Claudio Depirro ), es el Director del Cementerio y jefe de las chicas. También fue habitante de Epecuén y los fantasmas del pasado aún hoy rondan su mente. Un personaje clave el de Arizmendi, no vamos a contar más de el, solo destacar su actuación.
Realmente las tres interpretaciones son muy buenas, se los nota totalmente compenetrados con la historia y le imprimen un gran realismo a sus personajes, que hacen muy atractiva a una trama, que además de entretener al espectador en todo momento, generan un clima de suspenso, que se mantendrá hasta un final, que tendrá emociones fuertes.
La puesta es muy cuidada y tiene elementos que hay que resaltar, arrancando por un diseño escenográfico muy logrado, el igual que el diseño lumínico de Alejandro Le Roux, en donde la penumbra de la noche tiene su protagonismo y el diseño sonoro que ambienta magníficamente la historia.
En conclusión, teníamos muchas expectativas antes de ver la obra y las mismas fueron ampliamente superadas, ya que el autor, representa manera efectiva y muy seria el recuerdo de Epecuén, poniendo el foco en el aspecto humano, en aquellos recuerdos que quedaron sumergidos, vidas perdidas y reflejando la tristeza que quedó flotando en el ambiente.
Nos gustó mucho Las Encadenadas y por eso la recomendamos. Confluyen una dramaturgia original y muy rica, una puesta sumamente atractiva y magnificas actuaciones. Por todo lo dicho, disfrutamos de una noche de teatro off en estado puro, hecho que nos genera un enorme placer.
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Pensador Teatral.
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